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jueves, 3 de noviembre de 2011

EL MAR ACIDO

El bióxido de carbono que emitimos a la atmósfera se está filtrando a los océanos, volviéndolos lentamente más ácidos. Dentro de 100 años, ¿sobrevivirán las ostras, mejillones y arrecifes de coral?

Castello Aragonese es una pequeña isla que emerge del mar Tirreno como una torre. Está 27 kilómetros al oeste de Nápoles y se puede llegar a ella desde la isla de Isquia, que es un poco más grande, por un puente de piedra largo y angosto. 

Los turistas que visitan Castello Aragonese van para ver cómo era la vida en el pasado. Por el contrario, los científicos van a ver cómo será la vida en el futuro. Gracias a un peculiaridad geológica, el mar de Castello Aragonese es como una ventana hacia los mares de 2050 y más allá. 

Burbujas de CO2 surgen de los respiraderos volcánicos en el fondo marino y se disuelven para formar ácido carbónico. Este es relativamente débil, la gente lo consume todo el tiempo en bebidas carbonatadas. Pero si se acumula una cantidad suficiente, el agua de mar se vuelve corrosiva. 

"Cuando llegas a concentraciones extremadamente altas de CO2 casi nada lo puede tolerar", explica Jason Hall-Spencer, biólogo marino de la Universidad de Plymouth en Gran Bretaña. Castello Aragonese es una analogía natural de un proceso artificial: la acidificación que ha tenido lugar en sus costas ocurre en forma más gradual en los océanos de todo el mundo a medida que absorben más y más el bióxido de carbono que sale de chimeneas y tubos de escape. 

Durante los últimos ocho años, Hall-Spencer ha estudiado el mar que rodea la isla, midiendo cuidadosamente las propiedades del agua y rastreando los peces, corales y moluscos que viven -y a veces se disuelven- ahí. Un frío día de invierno fui a nadar con él y Maria Cristina Buia, investigadora de la Estación Zoológica Anton Dohrn de Italia, para ver de cerca los efectos de la acidificación. 

Anclamos nuestro bote a 45 metros de la orilla sur de Castello Aragonese. Algunos de los efectos eran evidentes incluso antes de que entráramos al agua. En la base de los acantilados de la isla, golpeados por las olas, había grupos de percebes que formaban una banda blancuzca. 

"Los percebes son muy fuertes", comenta Hall-Spencer. No obstante, en donde el agua era más ácida no los había. Nos sumergimos. Buia llevaba un cuchillo. Examinó unas lapas desafortunadas que estaban sobre una piedra. Buscando comida, habían acabado en aguas demasiado cáusticas para ellas. 

De tan delgadas, sus conchas eran casi transparentes. Burbujas de bióxido de carbono subían desde el fondo del mar. Debajo de nosotros, los lechos de posidonias se agitaban. Su color era verde intenso; los pequeños organismos que suelen cubrir las briznas de estos pastos marinos, apagando ese color, no estaban. 

Los erizos, por lo común alejados de los respiraderos volcánicos, también faltaban; no toleran siquiera el agua moderadamente ácida. Medusas, posidonias y algas: no hay mucho más que viva en las zonas de mayor concentración de respiraderos en Castello Aragonese. 

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